Mi fortuna

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«Afortunada». Esa fue la única palabra que mencionó cuando terminé de leer el poema.

¿Afortunada?, pensé.

Era el escenario perfecto, un balcón, de noche, brisa fresca y música de la radio. Mi pequeña tradición para no olvidar la forma en como crecieron mis abuelos en el pueblo. Estaba perpleja, ya casi había olvidado la reacción de mi rostro frente a mis lágrimas, después de tanto tiempo volví a llorar y lloré mucho, de nostalgia y de alegría. Volví a leer el poema, para creer que era mío, creer que estaba ahí, en una publicación, por fin.

Entonces reconocí cuánta fortuna tengo. Cuán rica soy. Mi fortuna no se mide en dinero ni en bienes. Mi fortuna se cuantifica en vivencias, en sentimientos, en ganas. Afortunada por la familia que tengo y por los amigos que el universo me regaló. Afortunada por mis errores, porque son míos y de nadie más, por haber aprendido de unos y no entender otros. Afortunada por esta loca personalidad y por estas ansias de vivir, por haber conocido el amor y haberlo sufrido. Por creer en el poder de las letras y en la pureza de los niños. Afortunada por ver la luz, por mantener mis recuerdos y por cada fotografía que me hace sentir pequeña otra vez y es que tengo tantas cosas por aprender.

Mi fortuna es ser una romanticona, que la mitad del tiempo tiene los pies en la tierra y la otra en el cielo. Queriendo saltar en paracaídas y temiendo encontrarme con animales pequeños. Por mis defectos, por mis virtudes, yo soy afortunada, por mi esencia, esa que se mantiene como un tesoro.

Como siempre, ella tenía razón, soy una afortunada desde que nací.

Mil veces rica. Mil ves afortunada, porque al fin y al cabo:
«Mi riqueza siempre ha sido ser quien soy».

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