Entrevista al miedo

Me encontré con el miedo un domingo por la tarde en un café de Barranquilla. Era diciembre pero las brisas no se asomaban, lo que hacía del calor algo insoportable.

No sé si era la temperatura o los nervios, pero de mi cuello brotaban gotitas de sudor, así que decidí pasar de la terraza al salón principal donde estaba el aire acondicionado. Había llegado con anticipación para adaptarme y asegurarme de tener todas las preguntas.

El miedo me había permitido escoger el día, la hora y el lugar, por eso pensé que el domingo sería perfecto, porque es donde más me permito estar en silencio y sobre todo, escuchar.

Le iba a echar un nuevo vistazo a mis notas pero vi el reloj y me di cuenta que ya era momento de empezar.

Se abrió la puerta del café y supe que había llegado. Era él. Lo podía sentir.

Me habían dicho que el miedo era muy puntual y lo estaba comprobando. Ahí estaba, alto, vestido todo de negro, muy serio y con una seguridad que no me terminaba de convencer. Miró todo el espacio, y con cortesía se acercó a mi mesa.

¿Dayana? Preguntó.

Tenía al mismísimo miedo en frente de mí.

Asentí con la cabeza y con un poco de nervios lo invité a sentarse, pedí un capuccino y él un expresso. Quise empezar enseguida, sin rodeos y al grano. Y así fue.

¿Estás en todas partes?

Donde haya vida ahí estaré.

¿Por qué existes?

Soy el recordatorio de que siempre algo malo puede pasar. De hecho, existo para protegerlos del peligro, para que reconozcan los riesgos latentes a los que se enfrentan y se queden en su lugar seguro. Esa es una labor muy importante.

Puedo entender que nos puedes salvar en algunas situaciones, pero si siempre apareces y siempre nos quedamos en un lugar seguro, ¿cómo vamos a crecer?

Es una cuestión de perspectiva. Lo que yo hago los salva, además, para qué crecer si su existencia en este mundo es finita.

Si bien nuestra existencia es finita, creo que sería más interesante si se corrieran ciertos riesgos.

Creo que mi comentario no le gustó mucho al miedo, lo noté un poco incómodo.

¿Tienes más preguntas?, me dijo.

Siempre. ¿Cómo te alimentas?

Las situaciones de vida o muerte me dan poder

Sí, pero no solamente apareces en esas situaciones. Lo haces más seguido.

El miedo me sonrió.

Me alimento de la incertidumbre, es de lo que más me nutre, también de la desinformación, de las jugadas de la mente que permite crear los peores escenarios. Me aparezco en esos cambios que la gente quiere emplear y aprovecho para dañar. La violencia también me sirve, pero es más que todo uno de los resultados de que la gente me tenga.

Pensé que considerabas que lo que hacías es bueno. La violencia no lo es.

No tengo la culpa de que ustedes respondan así cuando me tengan.

En ese instante sentí que él tenía razón, siempre he pensado que la violencia es el resultado del miedo, del desconocimiento. Él me sonreía con satisfacción y entonces comprendí que se estaba apoderando de mí. Qué inteligente que es, pero yo también lo soy.

¿Hasta dónde llega tu poder? ¿Dónde termina?

Le cambió enseguida el semblante.

No veo la relevancia de la pregunta. Siempre estoy, siempre existo.

Pero unas veces más que otras.

Que me acepten.

¿Perdón?

Mi poder disminuye cuando me aceptan, cuando reconocen que existo y aún así actúan, enfrentándose conmigo y especialmente con ustedes mismos.

Con esa respuesta era como si me lo hubiera dicho todo, y que por primera vez se veía vulnerable. Nos entendimos, sabíamos que la entrevista se había terminado en ese momento. Le agradecí por su tiempo y nos despedimos con la misma cortesía – y con menos nervios – con la que nos saludamos.

Salí del café y por fin sentí las brisas frescas de diciembre.

Ahí supe que me había enfrentado al miedo, y a mí misma.

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