Ayer, por cuestiones del trabajo, fue uno de esos días en el que el cansancio perseguía mis pies, se me había olvidado hasta comer (cosa difícil en mí) y deseaba con muchas ganas estar en mi cama y dormir.
Faltaba poco para que el evento terminara, y yo ya estaba pensando en llamar al taxi para llegar a casa.
De repente, veo a mis papás entrar, sonrientes, como saliendo de una cita que terminó muy bien.
Y me abrazan, como sólo los papás pueden abrazar.
– «¿Ya comieron?» Les pregunto.
– No, te estamos esperando para ir a cenar todos juntos. Nos vestimos para ti.
Y entonces, con el corazón blandito, me doy cuenta de dos cosas.
La primera, es que mi verdadero hogar es donde ellos estén con su infinito amor. O donde el amor esté, el verdadero, el sano, el bonito.
La segunda, la felicidad viene en cosas sencillas, lo que he tenido muy presente por culpa de mi mamá.
¿Les cuento?
Ella me lo dijo, mientras mi abuela preparaba los chicharrones después de celebrar navidad y se cuidaba de las chispas del aceite con una toalla improvisada que ubicaba en su cara.
Me lo repitió, mientras mis sobrinos corrían por la casa estrenando dientes y los primos hablábamos en la terraza, recordando los amores de cuando éramos pelaitos y creíamos que éramos invencibles.
Me lo afirmó, cuando pensamos en los ausentes y en los momentos que juntos vivimos.
Me lo recordó, mientras comíamos en familia el arroz negrito de la abuela, junto al bocachico, preparado al carbón por mi papá y mis tíos, y tomando jugo de corozo, debajo del palo de peras rojas que teníamos en el patio.
Y entonces, con el cansancio olvidado, me di cuenta que lo que mi mamá me había dicho toda la vida era verdad, que son los momentos sencillos lo que más alegría nos da y eso es lo qué hay que cuidar.
Terminamos cenando a las 11:30 p.m. celebrando el día de las madres improvisado, pero muy, muy contentos.
La felicidad viene en cosas sencillas me dijo mi mamá. Y yo le creí.
creadoradehistorias.blog 