
Sentada en una banca pensando sobre la vida, sobre lo bueno y sobre lo malo. Que de lo malo se aprende, que de lo bueno se goza. Observo los carros pasar y a las personas perdidas en sus propios pensamientos, todos vestidos con ropas de colores llenas de vida, como diciendo que están alegres porque el verano ha llegado y vaya que nos está tratando bien.
Ha sido un día lleno de emociones, en el que te preguntas muchos porqué, muchos cómo, en el que no sabes si la vida se debe vivir ahora o si hay que esperar por ella, que si la felicidad es un asunto de convicción y de actitud o si es solamente un resultado de las circunstancias. Entonces, reconoces que tú eres el dueño de tu propio destino, que nadie va a salvarte de tus penas pero que muchas gente va a estar contigo en las alegrías, que esta vida que tienes depende de ti y de nadie más y que por más caídas que tengas debes salir adelante, debes creer en ti, o en algo, pero creer. Y luchar, y no rendirte por aquello que siempre has querido en el fondo de tu corazón. Y si no lo sabes, buscarlo, y seguir buscando mientras ayudas a otros para que no te olvides de la bondad de la gente buena que todavía existe, así cueste creerlo.
Cuando todas estas ocurrencias aparecen y se van de mi mente, veo a una madre con su hija saliendo del restaurante de al lado. Se sientan en la misma banca. La madre la abraza y la pone en sus piernas, mientras la niña, con su piel blanca y sus cabellos rubios la mira fijamente con sus ojos llenos de lagrimitas, y la madre con paciencia y amor, viéndola como el milagro más grande, la calma, la cuida y la abraza. Le dice: “Todo estará bien, sólo debes calmarte y podremos volver al restaurante para tener una buena cena, ¿te quieres sentar en mis piernas mientras ordenamos comida? Ven, dale un abrazo a mamá”
¿No es así la vida? En la que te tienes que secar las lágrimas, en la que tienes que calmarte, porque esa será la única forma de disfrutar lo que viene con ansias, cada bocado, cada parte de cada nuevo día que tenemos como una nueva oportunidad para ser mejor, mientras estás en los brazos de alguien o de aquellos que te aman y te apoyan de manera incondicional.
Les sonrío. Faltan dos minutos para las siete, debo ir a mi clase, y sólo les digo “good bye”.
Sí, ayer vi un milagro, y no es sólo el verano.